lunes, 25 de abril de 2011
Ella lo sabe. Cumpliremos casi veinticinco años juntos. Con lagunas profundas y charcas que no pasan de los tobillos. Con hartazgos de amor y desamor; secretos entre mis manos entumecidas y su cuerpo de astillas negras. Negras de tanto arder en noches innumerables y dolosas. Ella lo sabe y calla. Calla tanto que su silencio cromado me perturba. Nunca se quejó de nada. Incluso después de estrellarla contra escenarios de soledad y ansia. Siempre he creído que me pondría una demanda por malos tratos. Pero la muy puta calla. Y esconde una dignidad (¡insana!) que para mí quisiera. Al acariciarla grita. Pero grita convulsa porque condeno su hermosura soñada y la transformo en un ridículo objeto de feria. No debiera ser yo quien la acariciara, quien la poseyera. Ella lo sabe. Y calla. La muy puta. La golpeo con la rabia de quien no puede (ni es capaz) sacar nada decente de ella. Atacando este instrumento cuasi sagrado, la catarsis higieniza la suciedad visceral que fluye por mis propias venas como sangre podrida.
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