POLAROID 7
Lo primero que busca el viajero es un sitio donde instalarse. Si tienes riñón no hay problema. Si tienes medio riñón puedes quedarte en un hotel hasta que encuentres algo mejor. Si tienes un cuarto de riñón puedes buscar hostales o pensiones, pero si no notas en tu cuerpo ese órgano ya te puedes ir buscando alguna habitación con baño compartido.
Nuestro viajero pasó por esta calle y antes de entrar tiró la botella de agua consumida que aparece en el asfalto, como una piel más arrancada, como una necesidad satisfecha por los pelos.
Él no puede poner remitente por el momento en las cartas que tenga que escribir a sus orígenes. Más fácil lo tiene quien no los tiene.
Al entrar en la habitación extraña tiene un impulso patético de hacerla suya. Pero las noches frías le recuerdan una y otra vez su propia desnuda soledad que alguna vez tendrá que llenar.
De su maleta rota saca dos fotos sudadas del tiempo que le miran desde unos ojos que a menudo le derrotan: una de sus padres, otra de sus hermanos y hermanas, haciendo de recuerdo maldito por su calidez fingida o por esa presencia de la que siempre quiso huir.
El primer desayuno se resuelve con un trozo de pan duro y algo de chocolate derretido por el viaje.
Al salir a la calle ve la botella de agua vacía que él mismo tiró.
Camina sin prisa y con emoción por la novedad, como un corazón trasplantado impulsando sangre extraña.
Transita despistado y abatido hasta que el sol se apaga.
Es domingo y debe esperar la polaroid del lunes.
Esa noche los crujidos son nuevos y no le dejan dormir. Se levanta y orina el agua que bebió de la botella vacía, tan vacía como esas manos suyas con que llegó.
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